sábado, 8 de septiembre de 2012

Las Espinacas no son Algas, por el Profesor Expertus


       Hay quien pueda llegar a pensar que las espinacas son algas, y no es así. Este rumor tan extendido entre los divulgadores científicos tuvo origen a mediados de los años noventa, más o menos el tres de octubre de dos mil dos. Cuando un biólogo marino argentino encontró una espina de un pez en su lasaña de espinacas.
       -Acá hay una espina.
        -¿Dónde? ¿Una espina?
        -Sí una espina, acá.
        De ahí viene la confusión, al encontrar una espina en una espinaca se dedujo que la espinaca era un tipo de alga carnívora que se alimenta de peces espinosos o de puercoespines marinos, también llamados erizos de mar, equinoidea o erinaceinae máximus marinus. Podríamos indagar también sobre cómo el erizo de mar salió del agua para subirse a un ratón, dando lugar al erizo común. Aunque no está muy claro si fue el de mar el que salió o si en realidad los erizos de mar son erizos muy perdidos que se están ahogando, eso explicaría por qué se mueven tan lentamente bajo el agua y por qué solo se arrastran por el fondo marino, evidentemente buscando la orilla.
        El rumor por tanto queda completamente desmentido.
        Hay muchas historias que relacionan a las algas con las espinacas. Popeye es el ejemplo más próximo. Es fácil pensar que al ser un marinero tuviese acceso a las algas, como siempre tenía espinacas en sus manos, es posible llegar a la siguiente conclusión: Las espinacas son algas. Pero esto es completamente absurdo. ¿Acaso alguien ha visto alguna vez una lata de espinacas en el mar? Hay quien dice que las espinacas tienen mucho hierro, esto es muy cierto, la lata en la que vienen es férrea en un 76,3%, el 33,2% restante es poliester. Por otro lado el motivo por el que Popeye se fortalecía de ese modo al tomarlas era psicosomático. Cuando era pequeño a Popeye le daban fuertes dosis de éxtasis mezcladas con anabolizantes en una lata de espinacas. Por ello cada vez que toma algo de un recipiente de similares características (76,3%...) su cerebro lo asimila de tal forma que exterioriza los síntomas de las drogas ingeridas en su infancia.
        Para finalizar solamente mencionar que, como todas las verduras de hoja verde oscura, la spinacia oleracea posee unas extraordinarias propiedades alucinatorias. Por lo que es bastante probable que tras ingerir una serie de comidas basadas en espinacas se sienta cierta hinchazón en la zona abdominal, y que ello genere ciertos gases con propiedades alucinógenas que afectan tanto al que ha comido las verduras como al resto de los presentes.

        Con este artículo espero haber aclarado algunas de las dudas principales sobre las espinacas que asaltaban a la comunidad científica.

       Artículo extraído de las "Notas del Profesor Expertus" de la universidad xxxxxxxxxxxxx. (Dicha universidad ha preferido no revelar su nombre para no ser directamente relacionada con el profesor.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Borracho y Sediento de Sangre


       Hace dos meses y medio conocí a la verdulera. Me acerqué a la verdulería con intenciones de comprar zanahorias y un tomate. No me gusta el tomate pero me encanta dejar uno en el balcón y ver como se pudre. Me encanta sentarme en el sillón, comer una zanahoria y mirar como un tomate se pudre.
       Al ir a comprar las zanahorias y el tomate, había una verdulera nueva. Una mujer mas o menos de mi edad. Al pagar la invité a ver pudrirse el tomate y me dijo que a ella también le gustaban mucho las zanahorias, por lo que quedamos para esa misma tarde.
        Le abrí la puerta de casa y nos saludamos de un modo muy tímido.
        -¿Dónde está el tomate?- preguntó. Yo lo había dispuesto todo, los detalles eran perfectos para pasar una tarde maravillosa, los sillones de una plaza orientados al balcón, el tomate sobre la barandilla y unas cuantas zanahorias bien lavadas y peladas sobre un plato, en una mesita de té que había colocado minuciosamente frente a los sillones. Todo, absolutamente todo era perfecto.
        Nos sentamos y observamos el tomate. Comimos alguna zanahoria, aunque menos de las que yo esperaba, y pronto llegó la noche. Nos despedimos hasta el día siguiente.
       -Aún está un poco verde.- Dijo ella mientras cogía su abrigo del perchero.
        -Sí, mañana seguro que ya estará resplandeciente.

       Al día siguiente repetimos la experiencia. Y continuamos nuestros encuentros durante varias semanas. En pocos días el tomate se puso en un tono rojo muy vivo. Nosotros nunca cambiábamos nada. Un par de frases escuetas y un completo silencio solo aderezado por los ruidos que una ciudad genera, por algún que otro duro mordisco a una zanahoria y por un tomate que se dejaba observar.
Inicialmente el tomate estaba algo verde, luego estuvo resplandeciente unos días y era verdaderamente majestuoso, un tomate impresionante. Luego empezó a menguar muy lentamente, casi sin que ninguno de los dos nos pudiésemos dar cuenta. Primero era muy sutil, empezó perdiendo el tono verde de sus hojas diminutas, empezó a arrugarse cada vez más y el moho comenzó a brotar donde antes había un verde radiante. El color rojo cada vez era más apagado. Pronto se secó por dentro, se hizo un tomate pequeño y arrugado. Un tomate feo.
       Nosotros seguíamos viendo como cada vez avanzaba más y más el estado de descomposición del tomate. Al cabo de un mes y medio del tomate no quedaba casi nada, costaba incluso observarlo. Y finalmente, dejó de ser tomate, cualquiera que lo viera a los dos meses no podría adivinar que eso había sido un tomate.
        Estuvimos unos días sin vernos, porque ya no había tomate que observar. Yo no sabía que hacer, a lo mejor resultaría muy violento ir a comprar otro tomate. Pero me llené de valor y fui de todos modos.
        Al ir a pagar me dijo:
        -Esta vez lleva un kiwi, creo que tardan ocho meses en pudrirse del todo.



XulioML  

domingo, 2 de septiembre de 2012

Claro, casi transparente y yo.



        A lo largo de mi vida he hablado desaforadamente, en la mayoría de las ocasiones he hablado incluso sin tener nada que decir. Pero nunca he sabido hablar, ni tampoco he sabido decir lo que quería decir, ni mucho menos decir lo que los demás necesitaban escuchar.
        He conseguido que mi voz resulte un entretenimiento banal, una simple ola que turbe la claridad del silencio. He conseguido que en ocasiones mis palabras parezcan importantes; he conseguido sonrisas y llantos; pero aún no he conseguido decir nada que sea mas cierto que el silencio.
He amado en silencio y he creído amar a voz en grito. He creído escuchar alaridos cuando había susurros, y no he podido oír algunos gritos desesperados, tal vez por estar entretenido, con mi oreja, persiguiendo algún que otro grillo perdido en la densa oscuridad.
        Entre mis palabras desperdiciadas y mis oídos mentirosos. Lo único que he hecho ha sido lo que hace todo el mundo, apuñalar esperanzas y sueños, desmembrar oportunidades escasas y mutilar todo atisbo de luz, de mi luz y de cualquier mano que tuviese cerca, aunque solo sostuviese una diminuta linterna, lo he hecho con la mejor intención del mundo pero los resultados han sido esos.
        Tras una larga vida ya poco queda que esperar. Nada cae nunca en el olvido, las lágrimas del pasado se acumulan formando unas hirientes estalactitas imposibles de quebrar. Pequeños errores que dan lugar a la gran montaña de mierda que he ido dejando atrás.
        Me pido a mi mismo que confíe en mi, pero no soy capaz de creer mis palabras. Veo que el final se acerca pero no es el final que yo esperaba. A lo mejor me creía inmortal y por eso nunca vi a la muerte acercándose desde el horizonte. Pero se acerca, cada vez mas deprisa, hasta que finalmente llega a mis pies, se planta ante mi y me clava la mirada.
        -¿Es el final?- pregunta mi voz desgarrando el silencio, abriéndose paso entre la tensión.
        Saca una vela a punto de consumirse, la sostiene sobre su mano izquierda y la pone frente a sus ojos, mira como la llama se tambalea, como da sus últimos coletazos. Con su mano derecha saca de su capa una enorme vela blanca, la enciende con la pequeña y la deja en el suelo, frente a mi. Con un fuerte soplido apaga la vela a punto de consumirse ante mi mirada. Y me contesta. -Sí, es el final.- Y se va.

        Dudo, nunca dudé, pero ahora dudo. Ya no se si estoy vivo o muerto, me siento vivo, muy vivo, pero supuestamente era el final, el final de qué. Dijo que era el final, pero me siento vivo, muy vivo, amo, no sonrío ni canto, pero soy, algo ha acabado, pero no se lo que es. Algo ha empezado, pero no se lo que es.
        Dudo, nunca dudé pero ahora dudo. Las estalactitas siguen ahí, la montaña de mierda sigue ahí, yo sigo aquí, conmigo mismo. Pero aunque todo está ahí, nada es lo mismo, es igual, pero no es lo mismo, es todo exactamente igual excepto una cosa. Hay una vela ante mí, miro la llama y las dudas se empiezan a disipar, las palabras de mi mente se callan, debo tomar una elección. Puedo proteger la vela, sostener la llama en mi mirada para que la vela nunca se consuma, puedo conocerme de nuevo a mi mismo; o puedo soplar y hacer que haya un final claro y tangible.

        Me encuentro dividido, observo toda mi existencia y veo a un lado un jardín de hermosos recuerdos que me costaba mucho ver, tal vez porque la luz era muy tenue. Al otro lado veo el montículo de mierda y las estalactitas... imagino que siempre he sido las dos cosas. Quiero pensar que si le construyo un palacio a la vela para que nunca se consuma solo crecerá el jardín de los recuerdos hermosos. Por un lado lo tengo muy claro, clarísimo. Veo que el jardín se volverá tan frondoso que hará bello incluso lo más oscuro del pasado.
       Pero estas decisiones, no las puede tomar uno solo, por muy unido a sí mismo que esté.





                                                              No tengo autoridad para porner tres letras que firmen este relato.