sábado, 13 de agosto de 2011

Realidades Inverosímiles

Me encanta pasear, salir en busca de nada mas que aire fresco, concretamente me gusta pasear de noche.

Camino de un modo incesante, lento, encuentro un banco, es viernes y hay mucha gente por la noche, estoy cerca de una zona de fiesta, no me gusta nada la música, la gente que sale por las noches rara vez tiene algo que contar que yo considere de interés. El banco, descubro que es para sentarse y eso hago.

No se que hacer, saco una libreta y anoto unas cuantas lineas, la gente que pasa me mira, todos de fiesta, dos de la mañana, y un extravagante ser esta sentado escribiendo en un banco.

La luna es preciosa esta noche, está llena y la oscuridad es muy clara. Por desgracia las farolas, como cada noche crean un manto que impide disfrutar del paisaje como es debido.

La gente sigue pasando y yo escribo. ¿Qué escribo? Escribo que en cierto modo me encantaría que una de esas personas que por ahí pasa se detenga e interactúe conmigo.

Pasa una pareja, me miran y les invito a sentarse, dejo de escribir y descubro que él estudia arquitectura y ella biología marina. Me encuentro con una charla que divaga entre el peligroso terreno de la política y la economía y acaba remontándose a la antigua grecia. Al final se van. Yo sigo escribiendo.

La verdad es que fue mas fructífera la conversación que tuve con ellos en mi libreta que la que hubiese tenido si realmente les hubiese invitado a sentarse. De todos modos sigo aquí, sentado, en busca de una inspiración que está ahí, pero no sabe como manifestarse. La luna me persigue toda la noche.

Me levanto y paseo, yo paseo y los demás caminan, a una frenética velocidad, no tienen prisa pero corren, yo voy sin rumbo y esta noche me dejo llevar por la suave brisa.

Cruzo miradas en mi paseo con una gran variedad de personas, la gran mayoría de ellos se sienten ligeramente molestos y miran al suelo o a alguna pared cercana, cada vez que paso por un grupo de jóvenes me piden un cigarro o fuego, yo suelto comentarios tan ingeniosos como absurdos, y desconcertados se quedan pensando en lo que he dicho mientras me alejo. Asumen que estoy loco como si eso fuese malo, o como si ellos fuesen los cuerdos.

La noche de las mil mentiras, la luna enmascarada camufla mi rostro, se siguen cruzando miradas, es el momento de poner fin a la noche, es el momento de salir de lo que parezco ser yo en la realidad de una ciudad ebria.

De pronto se levanta una niebla espesa, estoy ya de vuelta a casa, de entre la bruma un sonido inconfundible llega a mis oídos, dos tacones se aproximan, y si vienen solos me desmayo del susto. Pero no, vienen acompañados de una hermosa figura, de una mirada que se clava en mi y me atrapa al instante, de pronto los tacones dejan de sonar, la falda se permite el lujo de ondear al viento y ella sale volando, se esfuma, como la niebla.

Camino un poco más casi hasta el portal de mi hogar, dónde saco las llaves de mi bolsillo y un bolígrafo cae, me siento y en suelo abro el cuaderno y comienzo a escribir un soneto.

La niebla no existe, ni la chica, ni las miradas, ni la pareja del banco, solo existe el paseo que culmina en una madrugada, las hojas de una vieja libreta y la tinta derrochada en un poema tan bello como horrible.
Qué hermosura, la existencia es muy compleja de entender, pero muy sencilla de sentir.



Llego a casa, pongo una película que he visto mil veces, a mitad del segundo acto me inunda la necesidad de escribir pero... ¿El qué? Un paseo aclarará el tema, y la tinta resbalará con suerte y tal vez con gracia.

A mitad del paseo descubro, que es inverosímil empezar por el final, continuar una historia por el principio y culminarla con la reflexión que surge en el punto intermedio de la misma.