Hace dos meses y medio
conocí a la verdulera. Me acerqué a la verdulería
con intenciones de comprar zanahorias y un tomate. No me gusta el
tomate pero me encanta dejar uno en el balcón y ver como
se pudre. Me encanta sentarme en el sillón, comer una
zanahoria y mirar como un tomate se pudre.
Al ir a comprar las
zanahorias y el tomate, había una verdulera nueva. Una mujer
mas o menos de mi edad. Al pagar la invité a ver pudrirse el
tomate y me dijo que a ella también le gustaban mucho las
zanahorias, por lo que quedamos para esa misma tarde.
Le abrí la puerta de
casa y nos saludamos de un modo muy tímido.
-¿Dónde está
el tomate?- preguntó. Yo lo había dispuesto todo, los
detalles eran perfectos para pasar una tarde maravillosa, los
sillones de una plaza orientados al balcón, el tomate sobre la
barandilla y unas cuantas zanahorias bien lavadas y peladas sobre un
plato, en una mesita de té que había colocado
minuciosamente frente a los sillones. Todo, absolutamente todo era
perfecto.
Nos sentamos y observamos
el tomate. Comimos alguna zanahoria, aunque menos de las que yo
esperaba, y pronto llegó la noche. Nos despedimos hasta el día
siguiente.
-Aún está un
poco verde.- Dijo ella mientras cogía su abrigo del perchero.
-Sí, mañana
seguro que ya estará resplandeciente.
Al día siguiente repetimos la experiencia. Y continuamos nuestros encuentros durante
varias semanas. En pocos días el tomate se puso en un tono
rojo muy vivo. Nosotros nunca cambiábamos nada. Un par de
frases escuetas y un completo silencio solo aderezado por los ruidos
que una ciudad genera, por algún que otro duro mordisco a una
zanahoria y por un tomate que se dejaba observar.
Inicialmente el tomate
estaba algo verde, luego estuvo resplandeciente unos días y
era verdaderamente majestuoso, un tomate impresionante. Luego empezó
a menguar muy lentamente, casi sin que ninguno de los dos nos
pudiésemos dar cuenta. Primero era muy sutil, empezó
perdiendo el tono verde de sus hojas diminutas, empezó a
arrugarse cada vez más y el moho comenzó a brotar donde
antes había un verde radiante. El color rojo cada vez era más
apagado. Pronto se secó por dentro, se hizo un tomate pequeño
y arrugado. Un tomate feo.
Nosotros seguíamos
viendo como cada vez avanzaba más y más el estado de
descomposición del tomate. Al cabo de un mes y medio del
tomate no quedaba casi nada, costaba incluso observarlo. Y
finalmente, dejó de ser tomate, cualquiera que lo viera a los
dos meses no podría adivinar que eso había sido un
tomate.
Estuvimos unos días
sin vernos, porque ya no había tomate que observar. Yo no
sabía que hacer, a lo mejor resultaría muy violento ir
a comprar otro tomate. Pero me llené de valor y fui de todos
modos.
Al ir a pagar me dijo:
-Esta vez lleva un kiwi,
creo que tardan ocho meses en pudrirse del todo.
XulioML
1 comentario:
Muy bueno.
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