domingo, 2 de septiembre de 2012

Claro, casi transparente y yo.



        A lo largo de mi vida he hablado desaforadamente, en la mayoría de las ocasiones he hablado incluso sin tener nada que decir. Pero nunca he sabido hablar, ni tampoco he sabido decir lo que quería decir, ni mucho menos decir lo que los demás necesitaban escuchar.
        He conseguido que mi voz resulte un entretenimiento banal, una simple ola que turbe la claridad del silencio. He conseguido que en ocasiones mis palabras parezcan importantes; he conseguido sonrisas y llantos; pero aún no he conseguido decir nada que sea mas cierto que el silencio.
He amado en silencio y he creído amar a voz en grito. He creído escuchar alaridos cuando había susurros, y no he podido oír algunos gritos desesperados, tal vez por estar entretenido, con mi oreja, persiguiendo algún que otro grillo perdido en la densa oscuridad.
        Entre mis palabras desperdiciadas y mis oídos mentirosos. Lo único que he hecho ha sido lo que hace todo el mundo, apuñalar esperanzas y sueños, desmembrar oportunidades escasas y mutilar todo atisbo de luz, de mi luz y de cualquier mano que tuviese cerca, aunque solo sostuviese una diminuta linterna, lo he hecho con la mejor intención del mundo pero los resultados han sido esos.
        Tras una larga vida ya poco queda que esperar. Nada cae nunca en el olvido, las lágrimas del pasado se acumulan formando unas hirientes estalactitas imposibles de quebrar. Pequeños errores que dan lugar a la gran montaña de mierda que he ido dejando atrás.
        Me pido a mi mismo que confíe en mi, pero no soy capaz de creer mis palabras. Veo que el final se acerca pero no es el final que yo esperaba. A lo mejor me creía inmortal y por eso nunca vi a la muerte acercándose desde el horizonte. Pero se acerca, cada vez mas deprisa, hasta que finalmente llega a mis pies, se planta ante mi y me clava la mirada.
        -¿Es el final?- pregunta mi voz desgarrando el silencio, abriéndose paso entre la tensión.
        Saca una vela a punto de consumirse, la sostiene sobre su mano izquierda y la pone frente a sus ojos, mira como la llama se tambalea, como da sus últimos coletazos. Con su mano derecha saca de su capa una enorme vela blanca, la enciende con la pequeña y la deja en el suelo, frente a mi. Con un fuerte soplido apaga la vela a punto de consumirse ante mi mirada. Y me contesta. -Sí, es el final.- Y se va.

        Dudo, nunca dudé, pero ahora dudo. Ya no se si estoy vivo o muerto, me siento vivo, muy vivo, pero supuestamente era el final, el final de qué. Dijo que era el final, pero me siento vivo, muy vivo, amo, no sonrío ni canto, pero soy, algo ha acabado, pero no se lo que es. Algo ha empezado, pero no se lo que es.
        Dudo, nunca dudé pero ahora dudo. Las estalactitas siguen ahí, la montaña de mierda sigue ahí, yo sigo aquí, conmigo mismo. Pero aunque todo está ahí, nada es lo mismo, es igual, pero no es lo mismo, es todo exactamente igual excepto una cosa. Hay una vela ante mí, miro la llama y las dudas se empiezan a disipar, las palabras de mi mente se callan, debo tomar una elección. Puedo proteger la vela, sostener la llama en mi mirada para que la vela nunca se consuma, puedo conocerme de nuevo a mi mismo; o puedo soplar y hacer que haya un final claro y tangible.

        Me encuentro dividido, observo toda mi existencia y veo a un lado un jardín de hermosos recuerdos que me costaba mucho ver, tal vez porque la luz era muy tenue. Al otro lado veo el montículo de mierda y las estalactitas... imagino que siempre he sido las dos cosas. Quiero pensar que si le construyo un palacio a la vela para que nunca se consuma solo crecerá el jardín de los recuerdos hermosos. Por un lado lo tengo muy claro, clarísimo. Veo que el jardín se volverá tan frondoso que hará bello incluso lo más oscuro del pasado.
       Pero estas decisiones, no las puede tomar uno solo, por muy unido a sí mismo que esté.





                                                              No tengo autoridad para porner tres letras que firmen este relato.
 

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