A lo largo de mi vida he hablado
desaforadamente, en la mayoría de las ocasiones he hablado
incluso sin tener nada que decir. Pero nunca he sabido hablar, ni
tampoco he sabido decir lo que quería decir, ni mucho menos
decir lo que los demás necesitaban escuchar.
He conseguido que mi voz resulte un
entretenimiento banal, una simple ola que turbe la claridad del
silencio. He conseguido que en ocasiones mis palabras parezcan
importantes; he conseguido sonrisas y llantos; pero aún no he
conseguido decir nada que sea mas cierto que el silencio.
He amado en silencio y he creído
amar a voz en grito. He creído escuchar alaridos cuando había
susurros, y no he podido oír algunos gritos desesperados, tal
vez por estar entretenido, con mi oreja, persiguiendo algún
que otro grillo perdido en la densa oscuridad.
Entre mis palabras desperdiciadas y
mis oídos mentirosos. Lo único que he hecho ha sido lo
que hace todo el mundo, apuñalar esperanzas y sueños,
desmembrar oportunidades escasas y mutilar todo atisbo de luz, de mi
luz y de cualquier mano que tuviese cerca, aunque solo sostuviese una
diminuta linterna, lo he hecho con la mejor intención del
mundo pero los resultados han sido esos.
Tras una larga vida ya poco queda que
esperar. Nada cae nunca en el olvido, las lágrimas del pasado
se acumulan formando unas hirientes estalactitas imposibles de
quebrar. Pequeños errores que dan lugar a la gran montaña
de mierda que he ido dejando atrás.
Me pido a mi mismo que confíe
en mi, pero no soy capaz de creer mis palabras. Veo que el final se
acerca pero no es el final que yo esperaba. A lo mejor me creía
inmortal y por eso nunca vi a la muerte acercándose desde el
horizonte. Pero se acerca, cada vez mas deprisa, hasta que finalmente
llega a mis pies, se planta ante mi y me clava la mirada.
-¿Es el final?- pregunta mi voz
desgarrando el silencio, abriéndose paso entre la tensión.
Saca una vela a punto de consumirse,
la sostiene sobre su mano izquierda y la pone frente a sus ojos, mira
como la llama se tambalea, como da sus últimos coletazos. Con
su mano derecha saca de su capa una enorme vela blanca, la enciende
con la pequeña y la deja en el suelo, frente a mi. Con un
fuerte soplido apaga la vela a punto de consumirse ante mi mirada. Y
me contesta. -Sí, es el final.- Y se va.
Dudo, nunca dudé, pero ahora
dudo. Ya no se si estoy vivo o muerto, me siento vivo, muy vivo, pero
supuestamente era el final, el final de qué. Dijo que era el
final, pero me siento vivo, muy vivo, amo, no sonrío ni canto,
pero soy, algo ha acabado, pero no se lo que es. Algo ha empezado,
pero no se lo que es.
Dudo, nunca dudé pero ahora
dudo. Las estalactitas siguen ahí, la montaña de mierda
sigue ahí, yo sigo aquí, conmigo mismo. Pero aunque
todo está ahí, nada es lo mismo, es igual, pero no es
lo mismo, es todo exactamente igual excepto una cosa. Hay una vela
ante mí, miro la llama y las dudas se empiezan a disipar, las
palabras de mi mente se callan, debo tomar una elección. Puedo
proteger la vela, sostener la llama en mi mirada para que la vela
nunca se consuma, puedo conocerme de nuevo a mi mismo; o puedo soplar
y hacer que haya un final claro y tangible.
Me encuentro dividido, observo toda mi
existencia y veo a un lado un jardín de hermosos recuerdos que
me costaba mucho ver, tal vez porque la luz era muy tenue. Al otro
lado veo el montículo de mierda y las estalactitas... imagino
que siempre he sido las dos cosas. Quiero pensar que si le construyo
un palacio a la vela para que nunca se consuma solo crecerá el
jardín de los recuerdos hermosos. Por un lado lo tengo muy
claro, clarísimo. Veo que el jardín se volverá
tan frondoso que hará bello incluso lo más oscuro del
pasado.
Pero estas decisiones, no las puede
tomar uno solo, por muy unido a sí mismo que esté.
No tengo autoridad para porner tres letras que firmen este relato.
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