miércoles, 5 de septiembre de 2012

Borracho y Sediento de Sangre


       Hace dos meses y medio conocí a la verdulera. Me acerqué a la verdulería con intenciones de comprar zanahorias y un tomate. No me gusta el tomate pero me encanta dejar uno en el balcón y ver como se pudre. Me encanta sentarme en el sillón, comer una zanahoria y mirar como un tomate se pudre.
       Al ir a comprar las zanahorias y el tomate, había una verdulera nueva. Una mujer mas o menos de mi edad. Al pagar la invité a ver pudrirse el tomate y me dijo que a ella también le gustaban mucho las zanahorias, por lo que quedamos para esa misma tarde.
        Le abrí la puerta de casa y nos saludamos de un modo muy tímido.
        -¿Dónde está el tomate?- preguntó. Yo lo había dispuesto todo, los detalles eran perfectos para pasar una tarde maravillosa, los sillones de una plaza orientados al balcón, el tomate sobre la barandilla y unas cuantas zanahorias bien lavadas y peladas sobre un plato, en una mesita de té que había colocado minuciosamente frente a los sillones. Todo, absolutamente todo era perfecto.
        Nos sentamos y observamos el tomate. Comimos alguna zanahoria, aunque menos de las que yo esperaba, y pronto llegó la noche. Nos despedimos hasta el día siguiente.
       -Aún está un poco verde.- Dijo ella mientras cogía su abrigo del perchero.
        -Sí, mañana seguro que ya estará resplandeciente.

       Al día siguiente repetimos la experiencia. Y continuamos nuestros encuentros durante varias semanas. En pocos días el tomate se puso en un tono rojo muy vivo. Nosotros nunca cambiábamos nada. Un par de frases escuetas y un completo silencio solo aderezado por los ruidos que una ciudad genera, por algún que otro duro mordisco a una zanahoria y por un tomate que se dejaba observar.
Inicialmente el tomate estaba algo verde, luego estuvo resplandeciente unos días y era verdaderamente majestuoso, un tomate impresionante. Luego empezó a menguar muy lentamente, casi sin que ninguno de los dos nos pudiésemos dar cuenta. Primero era muy sutil, empezó perdiendo el tono verde de sus hojas diminutas, empezó a arrugarse cada vez más y el moho comenzó a brotar donde antes había un verde radiante. El color rojo cada vez era más apagado. Pronto se secó por dentro, se hizo un tomate pequeño y arrugado. Un tomate feo.
       Nosotros seguíamos viendo como cada vez avanzaba más y más el estado de descomposición del tomate. Al cabo de un mes y medio del tomate no quedaba casi nada, costaba incluso observarlo. Y finalmente, dejó de ser tomate, cualquiera que lo viera a los dos meses no podría adivinar que eso había sido un tomate.
        Estuvimos unos días sin vernos, porque ya no había tomate que observar. Yo no sabía que hacer, a lo mejor resultaría muy violento ir a comprar otro tomate. Pero me llené de valor y fui de todos modos.
        Al ir a pagar me dijo:
        -Esta vez lleva un kiwi, creo que tardan ocho meses en pudrirse del todo.



XulioML